Las manos juntas
hacen bronces con la
lluvia.
Tú y tus manos
reventaron
aguaceros.
Ahora que no llueve
se agita el foso de
los idos nuestros
y está pendiente
desempolvar el encuentro
con los que quedan.
Viajamos aturdidos a
la ciudad
eternamente ajena
entre el madrugue
del río
y la reveronidad de
las tortugas.
Proseguimos oyéndote
más allá de la
suma
de todos los que
hablan.
No heredaste los
ojos acostumbrados
de las Carlotas, los
Michelena,
ni las barbas añejas
de los que aguantan demasiado.
Apenas te nombramos
sólo probamos los
licores dulces.
Amanecimos con la
playa tibia
y sin cangrejos
reventándonos tú
—sin creérnoslo
todavía—
a lo Caballo de
Hierro,
a lo azabache con
cuerdas.
KARELYN BUENAÑO.