sábado, 13 de octubre de 2012

EL DESCALABRO Y LA FLOR, O LA POESÍA DE IDA GRAMCKO


Se ha hablado y escrito mucho sobre Ida Gramcko (1924-1994), desde sus tempranos años en Puerto Cabello, hasta su poesía tan original como dolorosa. Y más que dolorosa, solitaria. Entre tantas voces poéticas, unas tumultuosas, otras feroces, algunas otras sosegadas y barrocas, se abre un camino con la numerosa obra de Ida como si se tratara de una peregrinación en persistente observación de lo sintiente.
En su primer libro, Umbral (1942), en pleno vigor juvenil, ya se presenta una voz poética insatisfecha, buscadora de algo por trascender: No encuentro más leyendas/ ni más cuentos de amor, ni más historias/ me he dormido en un lecho de ignorancias/ en una siesta estéril de caprichos. // (p.3). Y desde entonces surge en el resto de sus libros una nube melancólica que arrastra consigo una suerte de curiosidad, un preguntarse infinitamente acerca de las formas y las realidades.
Hay una permanente invocación a la naturaleza; ese espacio que parece ser refugio último, el reino máximo de la evasión. Pero inclusive la evasión se esfuma, y queda el tránsito insoslayable entre el placer y el dolor: y la flor/ impalpable, se esfuma en el vacío.../ tal vez sea lo mejor. (p.11).
Ya lo diría antes Hanni Ossott en su libro Imágenes, voces y visiones (Ensayos sobre el habla poética), aquello del poder crepuscular de la palabra, justo después de que el poeta “se ha curado de su noche” y salva el nombre de las cosas de la nada. Pero la palabra no se presiente ni se percibe en la habladuría, sino en el silencio total, en el viaje permanente a la herida, en el dejar que lo innominado se haga renacer y presencia. Todo destino de la poesía, para Ossott, no es otro que la muerte, es decir, todo lo que ella nombra ha pertenecido ya al “mundo de las pérdidas” (p. 101).
Todo diálogo de Ida Gramcko en su obra literaria va tornándose un largo interrogatorio a una fuerza mayor, a un destinatario que no puede responder sino con el presente impasible:¿Nadie? Nadie. Los hombres
ríen de sus ojos ciegos.
Sólo te espera la infinita noche,
espíritu infinito, gradación de lo eterno (p.16).
Para entonces ha escrito su tercera obra, Contra el desnudo corazón del cielo (1944), en la cual la respuesta silente se convierte en el más largo y tenebroso de los abismos. Y la autora vuelve entonces a la contemplación de la naturaleza, a la conjugación de su propia carne en flor y tierra ofrendadas a un Amado “sin nombre”:
¿Queréis el tallo de mi torso
elevando la rosa de mi seno?
¡Abridme heridas, pozo
de sangre en el silencio,
para saciar mi sed. ¡Cavad el hoyo
del resplandor, adentro!
¡Oh, lagares de insomnio!
¡Surtidores azules del desvelo!
Sólo te salvas tú, tú que estás solo,
sin mí, desde hace tiempo,
desde que soy Dolorosa y rondo
en torno al crucifijo de mi encuentro. (p.27).
Su amor no es otro que amor por el misterio y obsesión por fundirse en el poema. Es Ida Gramcko una insomne que se debate entre dos mundos, el del dormitar y el de soñar despiertos. No se manifiesta jamás mujer ni vientre, sino como ser deambulador entre las cosas que mueren, o entre el orden y el caos. Se nombra a sí misma casi impersonalmente, genéricamente, en poemas como El mismo yo, mas caracol, Cementerio judío, o La unidad del llanto. Y, por otro lado, con el célebre libro Juan sin miedo (1957), una novela intimista de influencia humboldtiana que se corresponde con la realidad nacional desde la memoria de un niño y su aventura de vivir entre una ciudad agraria y una petrolera, la autora gana el premio de narrativa José Pocaterra.
Se suscita un cambio de tono y tema a partir de la publicación de poemarios como La varita mágica (1955), o Los estetas/ los mendigos/ los héroes (1958), en los cuales la autora se asume anecdótica, totalmente irreverente en cuanto al canon literario, y recurre a historias y mitos: la Caperucita Roja, la Cenicienta o el Génesis. Los personajes de sus poemas-cuentos adquieren una semblanza reflexiva, y alcanzan, junto con las obras siguientes, un estadio de madurez.
Sin embargo, en Poemas de una psicótica (1963) nos describe una lucha que llega a sus límites; un momento en que la búsqueda de luz se torna alterada, tenebrosa y plena de padecimientos. La misma autora aclara que hay unos poemas pertenecientes a una etapa de perturbación psíquica, y otros a la curación. Aun mas, dice ella: me alegra saber que, aun durante el sufrimiento de mi enfermedad, yo continué siendo poeta. (p.85). En estos trabajos, así como en el libro Lo máximo murmura (1965), el misticismo de Ida Gramcko, el mismo que ha descrito la escritora española Luisli Morales, se enturbia, y entonces se hace más desesperado el deseo de ser parte de un estado superior; se reniega de cuanto pertenece al mundo. Observamos influencias literarias diversas: San Juan de la Cruz, el Conde de Lautréamont, William Blake, José Antonio Ramos Sucre. Gramcko nos nombra ángeles, demonios, espectros, pantanos. Llega a escribirnos su definitiva lucha entre su espíritu y sus pasiones a las que nombra por primera vez, para condenarlas:
El rojo del rubí, del fósforo encendido, el rojo del amor que ya no trae el sueño sino el hambre. Todo esto es la rojez para el hombre. (…) Porque lo rojo nunca se mantiene en nosotros. (…) Cuando anhelas un cuerpo, el tuyo se estremece y no es amanecer sino sólo un ocaso sencillo. (p.88).
Las pasiones de Ida no sólo le han llevado a ir detrás de su “ángel” o de su luz más anhelada; le han hecho creer también que los podrá poseer. La posesión es un estado totalmente opuesto al sentido de lo místico, porque lo rompe y lo anula. En el misticismo se sabe que nada nos pertenece, sino que somos nosotros los siervos, los que pertenecemos a una situación más allá de lo humano. Cuando la poeta se “cura” de su psicosis es cuando realmente parece comprenderlo:
Aunque el Ángel estuviese cercano, no podía ser mío, y si lo dije alguna vez fue por la razón de mis ojos absortos en su cara que, aunque se elevaba a mi lado, me concedía la total ausencia (…) si yo estuviera en las estrellas todo sería luminoso, con algo de temblor todavía pero poseído de luz. (p.93).
Sus poemarios posteriores, entre ellos Salto Angel (1985) y Treno (1993), representan otros espacios de lo luminoso, pero agregando a ello una nueva diafanidad, una limpidez poética sólo comparable con la obra de Andrés Bello, o con la de Francisco Lazo Martí. Aun a dieciocho años de la muerte de Ida Gramcko (2 de mayo de 1994), seguimos hallando en sus libros un refugio único en los intersticios de la Naturaleza, y un sosiego elocuente (“en inefable dialogar”) cargado hasta siempre de gorjeos, cielos, orbes, girasoles, huertos, nidales y manzanos.

KARELYN BUENAÑO